David Jang – La esperanza del fin 


I. El significado de “tiempo y ocasión” desde una perspectiva escatológica

El pasaje de 1 Tesalonicenses 5:1-2, que dice: “Hermanos, acerca de los tiempos y de las ocasiones no tenéis necesidad de que yo os escriba, porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá como ladrón en la noche” (1 Ts 5:1-2), muestra claramente uno de los pilares de la fe de la iglesia primitiva. En líneas generales, la iglesia del primer siglo vivía con la idea de que Jesucristo, quien ascendió al cielo, volvería pronto; es decir, mantenía una escatología inminente. Justo después de la resurrección y ascensión de Jesús, los discípulos tenían un gran interés en la pregunta: “¿Cuándo volverá el Señor?”. Entre ellos, la iglesia de Tesalónica era una comunidad que reflexionaba y debatía con gran fervor sobre esta cuestión escatológica. En especial, cuando Pablo permaneció aproximadamente tres semanas (Hch 17) en Tesalónica, enseñando en la sinagoga, los creyentes tesalonicenses sostuvieron un diálogo profundo y constante sobre la soteriología y la escatología. Por ello, Pablo expresa: “Hermanos, acerca de los tiempos y de las ocasiones no tenéis necesidad de que yo os escriba” (1 Ts 5:1), confirmando que su comprensión acerca de “tiempo” (cronos) y “ocasión” (kairós) era ya bastante sólida.

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre “tiempo” (cronos) y “ocasión” (kairós)? En griego, cronos (Chronos) denota tiempo en sentido cuantitativo: la cantidad de tiempo, su transcurso y orden. De ahí se derivan términos como “cronología” (chronology) o “cronómetro” (chronometer), que aluden a la idea de “tiempo medido y fraccionado con exactitud”. Por el contrario, kairós (Kairos) se refiere a un momento o lapso especial que implica un cambio cualitativo, una coyuntura concreta. Por ejemplo, cuando alguien celebra su boda, ese día no es simplemente otro en la sucesión cuantitativa del tiempo, sino una “ocasión especial” que marca un antes y un después en la vida de esa persona. Esto expresa la idea de kairós. Los creyentes de Tesalónica comprendían profundamente que, en medio del cronos del transcurso histórico, se acercaba un kairós concreto en el que el Señor volvería: el “día del Señor”.

En la Biblia, el “día del Señor” se menciona en el Antiguo Testamento como el “día de Yahvé” o “día de Jehová”, y en el Nuevo Testamento como el “día de Jesucristo” o el “día de la venida del Señor”. Jesús ya consumó la obra de salvación en la tierra y, con su resurrección y ascensión, abrió el camino de la historia de la redención. Sin embargo, al mismo tiempo, se dijo que “este Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch 1:11). Por ello, la iglesia vive con la esperanza del “día final”, es decir, del cumplimiento escatológico. La Biblia no nos presenta una visión cíclica de la historia. No la describe, como hace el pensamiento oriental, en términos de un ciclo repetitivo y carente de sentido (primavera-verano-otoño-invierno, y otra vez lo mismo). Al contrario, la Biblia declara una historia lineal: tuvo un inicio único (la creación) y tendrá un final (el fin de los tiempos), en el cual se producirá el juicio definitivo y la llegada de un cielo nuevo y una tierra nueva.

Decir que la iglesia de Tesalónica conservaba una fe escatológica significa que vivía constantemente con la tensión y la santa esperanza de “el Señor vuelve pronto”. Aun en medio de persecuciones, aflicciones y enseñanzas falsas, se aferraban firmemente a la convicción de que “Jesucristo vendrá pronto y limpiará toda su injusticia y sufrimiento”. Tal como dice Jesús en Mateo 10:23: “Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra… De cierto os digo que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre”. Para ellos, la venida del Señor era un suceso inminente, tan impredecible en su tiempo y forma que podían esperarlo en cualquier momento. Además, en Hechos 1, el ángel declara: “¿Por qué estáis mirando al cielo? Este Jesús vendrá tal como le habéis visto ir”. No cabe duda de que esa promesa fue el motor que impulsó la vida diaria de la iglesia primitiva.

En este contexto, Pablo ofrece respuestas concretas a la cuestión escatológica a través de sus cartas a los Tesalonicenses. En el capítulo 4 de 1 Tesalonicenses responde a la pregunta sobre qué sucederá con los que mueran antes de la venida (el tema de la resurrección de los muertos y el arrebatamiento) y, en el capítulo 5, aborda el problema de la fijación de fechas diciendo: “Vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá como ladrón en la noche” (1 Ts 5:2), advirtiéndoles que no se aten demasiado al intento de precisar esos tiempos. Aunque Pablo no revela de manera específica “el día y la hora”, tampoco dice “no hay ninguna señal y solo esperad vagamente”. Más bien enfatiza nuevamente la enseñanza de Jesús de que “vendrá como ladrón” (Mt 24; Lc 17; Mc 13 y otros pasajes sinópticos apocalípticos), confirmando que los tesalonicenses ya conocían bien este principio. Asimismo, mediante la “parábola de la higuera”, subraya la necesidad de discernir la época, recordando que ni el Hijo conoce el día exacto y que pretender determinar la fecha o el año es un esfuerzo inútil.

De esta manera, la escatología es uno de los pilares esenciales de la doctrina cristiana. Si la cristología y la soteriología son indispensables para transformar concretamente nuestra fe y vida, la escatología constituye el núcleo de la “concepción del tiempo” y de la “conciencia histórica” que vincula nuestro presente y nuestro futuro. Desde la iglesia primitiva, ha habido innumerables debates sobre cómo comprender el fin de la historia. Teorías como el premilenarismo, el posmilenarismo y el amilenarismo surgieron de este anhelo. En la visión premilenarista dispensacionalista, se distinguen cuidadosamente eventos como el arrebatamiento, la gran tribulación y el reino milenario. En la perspectiva posmilenarista, la expansión progresiva del reino de Cristo en la tierra, a través de la predicación del evangelio, culminaría con su segunda venida. El amilenarismo entiende el reino milenario de forma simbólica o figurativa, considerando que la era de la iglesia ya representa el “reino espiritual” de Cristo, y enmarca la escatología desde ahí. Aun existiendo diferencias teológicas, todas estas corrientes comparten un punto en común: “el fin ciertamente llegará”. La iglesia, a la vez que espera y se prepara, jamás niega esta gran verdad.

La iglesia de Tesalónica, de igual modo, abordaba estas cuestiones y se las planteaba activamente a Pablo. Cuando Timoteo visitó la comunidad, los creyentes volvieron a presentar sus preguntas sobre la venida del Señor y Pablo les respondió a través de las cartas que hoy conocemos como 1 y 2 Tesalonicenses. La historia de la iglesia demuestra cuán relevante es que, cuando surgen dudas en la fe, se formulen sin titubeos. Lo mismo sucedió en la iglesia de Corinto: escribieron a Pablo, que estaba en Éfeso, consultándole sobre problemas de diversa índole (inmoralidad sexual, carne sacrificada a ídolos, dones espirituales, la resurrección, etc.), y las respuestas de Pablo dieron origen a la Primera Carta a los Corintios. Hoy en día, esta epístola es de inmenso provecho para la iglesia. Si la congregación de Corinto no hubiera expresado esas dudas, quizá no contaríamos con un documento tan enriquecedor. De ahí que el intercambio de “preguntas y respuestas” en el seno de la iglesia sea un proceso clave para la consolidación de la fe.

El hecho de que los tesalonicenses no se dejaran llevar por creencias desordenadas o posturas extremistas sobre la escatología se corrobora en la afirmación de Pablo: “Hermanos, acerca de los tiempos y de las ocasiones no tenéis necesidad de que yo os escriba” (1 Ts 5:1). Eso indica que ya habían aprendido lo suficiente y habían debatido el tema con profundidad. Por supuesto, hubo algunos que adoptaron posturas extremas, como “dado que el día del Señor está cerca, dejemos de trabajar” (2 Ts 3); sin embargo, en términos generales, la iglesia de Tesalónica mantenía un equilibrio: trabajaba con dedicación y, al mismo tiempo, oraba en vela anhelando la venida de Cristo. Pablo elogia dicha sensatez y, aún más, los insta a perseverar “velando y estando sobrios”.

Demos un paso más y observemos los versículos de 1 Tesalonicenses 5:2-3: “porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá como ladrón en la noche… cuando digan: ‘Paz y seguridad’, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y de ninguna manera escaparán”. La metáfora del “ladrón” aparece tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento para describir catástrofes, juicios de Dios o la segunda venida del Señor que llegan de forma inesperada. Por un lado, describe lo repentino y terrible que resulta este evento para quienes no están preparados. Por otro lado, concuerda con la enseñanza de Jesús: “nadie conoce aquel día ni la hora sino el Padre” (Mt 24:36). Es decir, por ningún método humano se puede predecir la fecha exacta de la venida.

En este punto, el pastor David Jang ha destacado en diversas predicaciones y escritos que “el núcleo de la escatología no radica en calcular fechas, sino en comprender cómo vivir hoy conforme a la voluntad de Dios”. Nuestro deber es confiar plenamente al Padre ese “día y hora”, anhelar la plenitud de la salvación y el juicio justos que la venida de Cristo traerá a este mundo y, a la vez, vivir cada jornada como siervos buenos y fieles. De hecho, la Biblia afirma: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mt 24:14). Por tanto, al tratar la escatología, la iglesia debe tener presente su “misión de llevar el evangelio a todas las naciones”. La escatología no está diseñada para que la iglesia sucumba al miedo y adopte un talante evasivo; al contrario, la promesa del fin impulsa a “velar y prepararos, viviendo en fe y amor, y predicando el evangelio hasta los confines de la tierra”.

A la luz de esto, la iglesia de Tesalónica fue elogiada también porque no se limitó a “cuadrar fechas” para la venida, sino que mantuvo un ardor sincero por la venida del Señor y, al mismo tiempo, desarrolló la salud espiritual de su comunidad. “Hermanos, vosotros no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón” (1 Ts 5:4); con estas palabras, Pablo afirma que, siendo hijos de la luz e hijos del día, para ellos la venida de Cristo no sería un acontecimiento imprevisto como la irrupción de un ladrón. Ellos vivían en vela, de modo que, cuando el Señor viniese, estarían listos para recibirlo con gozo. El pastor David Jang también subraya que, cuando la iglesia habla del fin, la actitud más importante es “velar y ser sobrios”. Pero dicho estado de alerta no consiste en un simple temor; se trata de una “preparación activa basada en el evangelio”.

Ahora bien, ¿cómo se aplica la escatología a la vida de cada creyente? Todos enfrentaremos la muerte física, lo que podría llamarse “escatología personal”. A la vez, la historia universal llegará a su fin, es decir, ocurrirá la “escatología cósmica” con la venida del Señor. Pablo exhorta a la iglesia a estar firme y preparada, tanto ante la perspectiva de nuestro “fin personal” como ante el “fin del universo”. ¿Y cómo nos preparamos? Mediante la meditación continua de la Palabra, la práctica de la fe y del amor. “Nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como casco” (1 Ts 5:8). En medio de la batalla espiritual, los soldados de Cristo protegen su corazón y su mente. La coraza (pecho) es “la fe y el amor” y el casco es “la esperanza de salvación”. Dicho de otro modo, no basta con saber intelectualmente que el Señor vuelve; debemos preservar nuestra vida y nuestro espíritu con la fe y el amor, y salvaguardar nuestros pensamientos con la esperanza de la salvación, de modo que no nos arrastre ningún engaño.

Por otra parte, Pablo dice: “Todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día” (1 Ts 5:5). Y la luz representa la verdad. Es decir, ellos vivían en la Palabra de Dios, contemplaban la historia a la luz de esa Palabra, abrigaban la esperanza escatológica y vivían su presente de acuerdo con ella. Por ello, “el día del Señor” no les llegaría como un ladrón en la noche. Puesto que velaban en esa luz, estaban preparados, como las diez vírgenes con sus lámparas encendidas (Mt 25), para recibir al Señor en cualquier momento. De este modo, la iglesia de Tesalónica es elogiada como un modelo de “comunidad escatológica” en el Nuevo Testamento.

Que Pablo dijese: “No necesito escribiros acerca de los tiempos y de las ocasiones” (1 Ts 5:1) significa que los tesalonicenses ya tenían una fuerte convicción y entendimiento sobre “el fin de la historia”. No vivían con un temor vago ni se dedicaban a confundir a otros con cálculos inexactos, sino que albergaban una escatología sana y una clara conciencia histórica, y, sobre todo, practicaban el amor, la esperanza y la expectativa de la venida del Señor. El pastor David Jang también insiste en este aspecto: la escatología no es una herramienta para atemorizar a la gente o para especular fechas, sino un fundamento de la fe que nos invita a preguntarnos: “¿Cómo hemos de vivir cada día?” y “¿Cuál es la función que la iglesia debe desempeñar en este mundo?”.


II. La necesidad de vivir velando y sobrios, y la misión de la iglesia

Basándonos ahora en 1 Tesalonicenses 5:4 y siguientes (“Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas… nosotros, que somos del día, seamos sobrios, vistiéndonos con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como casco” –1 Ts 5:4-8), veamos de qué manera la fe escatológica de la iglesia primitiva se traduce en una vida práctica y en la misión de la iglesia. Pablo afirma categóricamente: “Hermanos, no estáis en tinieblas, de modo que aquel día os sorprenda como ladrón” (5:4). Dicho de otro modo, para quienes están preparados y en vela, el día del Señor no es un suceso repentino y terrorífico. Hay quienes, al oír la frase “vendrá como ladrón”, se centran solo en la idea de que “nadie sabrá el momento”. Sin embargo, Pablo lo encara desde otra perspectiva: “Si sois hijos de luz, no puede sorprenderos como ladrón; ya estáis preparados en la luz”.

Esto coincide con la parábola de las “diez vírgenes” (Mt 25:1-13). Cinco de ellas habían previsto la situación y tenían aceite para sus lámparas, mientras que las otras cinco no. Cuando llegó el novio, las vírgenes precavidas se unieron a la celebración, pero las otras llegaron demasiado tarde, con la puerta ya cerrada. Para ellas, la llegada del Señor sí se sintió como la irrupción de un ladrón, quedándose fuera y lamentándose. En cambio, para las vírgenes preparadas, no fue un hecho imprevisible, sino “el cumplimiento gozoso de una promesa largamente esperada”. Así era la iglesia de Tesalónica: semejante a esas cinco vírgenes sensatas, no vivían con ansiedad ni obsesión malsana por “no saber cuándo vendría”, sino “corriendo con perseverancia” en la fe de que “el Señor vendrá ciertamente”. Su coraza y casco eran “la fe, el amor y la esperanza”.

Entonces, ¿qué implica “velar y ser sobrios”? En primer lugar, “velar” significa no bajar la guardia espiritualmente. Descuidarse supone “vivir olvidando al Señor y dejándose seducir por el pecado y la tentación diaria”. Cuando se pierde el sentido de la escatología, es fácil hundirse en los valores mundanos o en el materialismo. Pero quienes creen firmemente en la venida de Cristo tienen presente, aun en su trabajo y quehaceres cotidianos, que “somos siervos del Señor, y llegará el día en que rindamos cuentas ante Él”. Tal como Jesús enseña en la parábola de los talentos (Mt 25:14-30), el amo regresa para ajustar cuentas con sus siervos. Éste es otro pilar escatológico: no se trata de un simple “ya viviremos mejor en el cielo nuevo y la tierra nueva”, sino de una invitación a vivir “responsablemente, hoy y ahora”. Los tesalonicenses no abandonaron el trabajo ni evadieron la realidad. Aunque anhelaban la venida del Señor, cumplían fielmente con sus obligaciones, demostrando así su responsabilidad social.

En segundo lugar, “ser sobrios” implica reflexión y moderación. Los que se embriagan, lo hacen de noche (5:7), y quienes duermen, caen en la indiferencia espiritual durante la noche. Pero nosotros, al ser “del día”, hemos de tomar la determinación de no dejarnos arrastrar por las corrientes de este mundo. Pablo menciona la “coraza de fe y de amor”. La coraza protege la parte central del cuerpo: el pecho, que representa lo más profundo del ser. La fe consiste en la confianza de que “Dios nos ha destinado a la salvación”; el amor es “esa fe puesta en acción”. Por otro lado, el “casco de la esperanza de salvación” es absolutamente esencial. Si la fe es la raíz que nos sostiene, la esperanza es la dirección hacia la cual miramos. Quien carece de esperanza se confunde en la adversidad y se rinde a la desesperación. Sin embargo, con la certeza de que “Cristo volverá y llevará todo a su plenitud y a su fin perfecto”, es posible conservar la lucidez en medio de cualquier caos.

Así, quienes velan y son sobrios no contemplan la escatología con pánico. Al contrario, entienden que ese día es “la manifestación gloriosa de la salvación” y el reencuentro con el Señor que tanto han anhelado. Por ello, Pablo declara: “Dios no nos ha destinado para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que, ya sea que estemos velando o durmiendo, vivamos juntamente con Él” (1 Ts 5:9-10). Para los creyentes, el fin del mundo no es únicamente juicio y condenación, sino la culminación de la salvación. Una escatología bíblica y sana no impulsa al terror sino a la esperanza. A la vez, no da lugar a la irresponsabilidad ni al libertinaje. Proclamar “el Señor vuelve” significa que, desde ese momento, vivimos cada día buscando su voluntad, anhelando la salvación plena y preparándonos con gozo.

Bajo esta perspectiva, la iglesia ha de mantener siempre presente su “misión escatológica”. Si la iglesia olvida la escatología, corre el peligro de sumergirse en un afán excesivo por los valores e intereses de este mundo. Y si “el reino de Dios” y “la participación en Su reinado” dejan de resonar en nuestra visión de futuro, corremos el riesgo de convertirnos en una organización mundana, más aún que el propio mundo. Por esta razón, el pastor David Jang enseña que la iglesia debe recuperar su identidad como comunidad espiritual que aguarda con anhelo la venida del Señor, abrazando la esperanza escatológica y el ardor misionero de predicar el evangelio hasta lo último de la tierra. La labor de la iglesia —celebrar cultos, enseñar la Palabra, edificarse mutuamente— solo tiene sentido porque “esperamos el retorno de Cristo”.

En 1 Tesalonicenses 5:11, Pablo insiste: “Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, tal como lo estáis haciendo”. En otras epístolas, a veces reprende divisiones y contiendas, pero en Tesalónica los felicita por la forma admirable en que se exhortan y se edifican mutuamente. Esta actitud no se puede desligar de la fe escatológica. La escatología, en última instancia, consolida la conciencia de que “todos somos hijos de Dios y compañeros en la gloria venidera cuando Cristo regrese”. Cuanto más se acerca aquel día, con mayor razón la iglesia debe purificarse, perseverar con fervor y vivir con intensidad su comunión. Debe cubrir las faltas de los hermanos, animarse mutuamente y esforzarse por la edificación de cada uno.

En definitiva, la escatología provee un motor directo para la vida cotidiana. En medio de la incertidumbre del mundo, nos recuerda: “Soy hijo de Dios, hijo de la luz, y debo vivir hoy firme en la fe porque rendiré cuentas en la venida del Señor”. Lo mismo ocurre con la iglesia: es una “comunidad escatológica”. No se trata de un edificio ni de una institución dedicada a recaudar fondos, sino de un conjunto de “hijos de la luz” que esperan “el regreso de Cristo”, predican el evangelio al mundo y practican el amor hasta que se cumpla la redención final. A juicio del pastor David Jang, las actividades de la iglesia que influyen positivamente en la sociedad y propagan el evangelio son la aplicación directa de una fe escatológica. Llevar “aquí y ahora” la cultura del reino de los cielos, socorrer a los marginados, anhelar la venida del Señor… toda esta síntesis conforma la “vida en vela y sobriedad”.

En conjunto, la alabanza y las exhortaciones que Pablo dirige a la iglesia de Tesalónica son aplicables a la iglesia actual. Pablo les dice: “Hermanos, en este tema (la escatología, los tiempos y las ocasiones) ya habéis discutido y estudiado tanto que casi no tengo que añadiros nada”. De esta forma, reconoce que ya poseen una comprensión profunda de la historia y de su fin bajo el plan de Dios. Y los anima con las palabras: “Sois hijos de luz, por lo que aquel día no os sorprenderá como ladrón”. Esta es la identidad que recibimos: una iglesia que anhela la venida del Señor, se prepara, se exhorta y se edifica en el amor. Cuando esta fe arraiga por completo, la iglesia no se tambalea ante persecuciones ni dificultades, y se mantiene fiel al evangelio.

No obstante, es común que hoy día surjan malentendidos acerca de la escatología en el seno de la iglesia. Algunos, incluso, anuncian fechas precisas o siembran temor sobre el fin con propósitos egoístas, a menudo desviando a la gente con posturas sectarias. Por esta razón, necesitamos el “equilibrio escatológico” de la iglesia de Tesalónica. Este equilibrio se sustenta en dos premisas: (1) “nadie conoce el día ni la hora, de modo que es inútil fijar fechas o divulgar revelaciones privadas” y (2) “es esencial discernir los tiempos y, mediante la Palabra, la misión y la práctica del amor, permanecer alerta”. Cuando ambas convicciones se armonizan, la iglesia crece de forma saludable, abarcando la realidad presente y el futuro eterno. La vida cristiana no huye del mundo, pero a la vez mantiene la vista puesta en la consumación del reino de Dios.

El pastor David Jang, al exponer este tema, destaca una de las ideas clave: centrar la atención solo en la frase “vendrá como ladrón” puede conducirnos al miedo o a la obsesión por calcular fechas. Sin embargo, el propósito de Pablo es claro: “Si estáis en la luz, ese día no os llegará como ladrón. Velad y sed sobrios, revestíos de fe y amor, y proteged vuestra mente con la esperanza de la salvación”. Esta certeza llena de vida y gozo a la iglesia. En vez de sumergirla en la oscuridad de la incertidumbre, la escatología la impulsa con una esperanza viva.

Además, como recalca 1 Tesalonicenses 5:9-10: “Dios no nos ha destinado para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo… para que, ya sea que vigilemos o que durmamos, vivamos juntamente con Él”. Este es el corazón del evangelio del Nuevo Testamento: la escatología no se reduce al juicio de Dios, pues el juicio y la salvación son dos caras de una misma moneda. Para quienes han creído en Jesús, incluso el juicio forma parte de la consumación de la salvación, el comienzo de la vida eterna ante la presencia del Señor. Pablo da así su respuesta contundente a las interrogantes escatológicas que inquietaban a los tesalonicenses: el “día del Señor” no es motivo de terror para los creyentes, sino el momento de la plenitud de su salvación. Por ello, la iglesia ha de exhortarse y edificarse mutuamente para estar preparada.

En la iglesia moderna, esta visión escatológica sigue siendo tan o más relevante que antes. La sociedad se encuentra cada vez más inmersa en el caos y los conflictos, y crece la sensación de inquietud ante un futuro incierto. La respuesta que la iglesia debe ofrecer no es “el mundo está a punto de hundirse, tened miedo y escondéos”, sino “Cristo volverá, y su venida completará nuestra salvación. Velemos y vivamos sobrios, sirviendo al mundo con amor”. Este es el evangelio. Es, a la vez, la esencia de la parábola de las diez vírgenes (que se preparan con aceite suficiente) y de la de los talentos (siervos que negocian y rinden fruto al amo). De este modo, cualquiera que sea el día, podremos recibir al Señor con júbilo.

El mensaje escatológico de 1 Tesalonicenses 5, pues, enseña de manera constante cómo la iglesia debe vivir en este mundo. El día del Señor llega como ladrón en la noche, pero los “hijos de luz” no son sorprendidos, porque ya están en vela y sobriedad. El pastor David Jang reitera que no debemos convertir la escatología en profecías alarmistas o en un calendario sensacionalista, sino usarla como un medio para fortalecer la salud espiritual, el ímpetu misionero y el amor mutuo en la iglesia. Tal como la iglesia de Tesalónica clamaba “¡Maranata, Señor Jesús!”, todas las iglesias de cada época han de edificarse y animarse mutuamente, preparándose para recibir con gozo el sonido de la trompeta final.

Dividiendo la enseñanza de 1 Tesalonicenses 5 en dos partes, hemos resaltado estas verdades:

  1. Nadie conoce con exactitud los “tiempos y ocasiones”, pero el Señor ciertamente volverá.
  2. Aunque llegue como ladrón para el mundo, para los “hijos de luz” no lo será, pues, al vivir velando y sobrios, están preparados.

Además, Jesús declaró que el fin no vendrá sino después de que el evangelio sea predicado a todas las naciones (Mt 24:14), de modo que la iglesia, al hablar del fin, debe igualmente volcarse a su misión de evangelizar al mundo. A fin de cuentas, la escatología impulsa a la iglesia no a la evasión, sino a la transformación de la realidad. Como sucedía en Tesalónica, en la aflicción y la persecución los creyentes se aferraban a la esperanza del “día del Señor” y, por eso, Pablo les escribió con profunda ternura y exhortación. Ojalá nuestra iglesia reciba hoy la misma aprobación: “Hermanos, en cuanto a los tiempos y las ocasiones, no tengo necesidad de escribiros…”. Es decir, que discutamos y reflexionemos lo suficiente en la Palabra acerca de la escatología y, a la vez, practiquemos cada día el amor, edificándonos como “hijos de la luz”. De esta forma, la iglesia alumbrará en medio de las tinieblas del mundo y clamará: “¡Ven, Señor Jesús!”, sirviendo adecuadamente al mundo con una fe escatológica. Y cuando el Señor regrese, podremos entrar con Él en el reposo y la gloria verdaderos. Tal es la bendita promesa que Pablo transmitió a la iglesia de Tesalónica, y sigue siendo una palabra vigente para todos nosotros hoy.

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